domingo, 24 de noviembre de 2013

22 años sin Freddie Mercury

Cuando tenía 8 años - unos más, unos menos- un guionista de teatro me dio un papel que cambiaría parte de mí. Para meterme en el personaje me dio un DVD y me dijo "fíjate en sus movimientos para que te salga mejor". Me senté en el sillón con mi madre y vimos el vídeo. En él descubrí a una persona por la que, en principio, sentí una terrible curiosidad. Sus mallas, su costumbre de llevar el micro con el soporte, cómo lo agarraba, cómo se apoderaba de las canciones, del escenario. Su voz. Yo pensé, "cómo imitar a alguien como él". De veras lo intenté, aunque solo fue un pobre reflejo de todo lo que él fue. 
Hoy hace 22 años que se fue. Aunque no se fue. Sigue vivo en cada palabra, cada nota, cada segundo. 
Gracias Freddie 


miércoles, 16 de octubre de 2013

La cita

"Me parece tan ridículo que se pretenda que una persona quede atrapada en un traje... O sea, el traje de ingeniero, de médico, de geólogo, y luego crece la piel por encima de la ropa, o sea, que esa persona ya no se lo puede quitar."

Alice Munro, Premio Nobel de Literatura 2013

martes, 15 de octubre de 2013

Escuchar... y nada más

Me encerré entre aquellas cuatro paredes y dejé que mis ojos dejaran de mostrármelo todo. Cerré las cortinas de todos mis sentidos, excepto de uno. Me senté y llevé mi dedo hasta el botón que daría comienzo a mi viaje. Y de qué manera puede hacerte ella sentirlo todo de forma tan intensa, sin tan siquiera rozarte. A veces es un hilo fino que se nos cuela en el oído y nos hace cosquillas, atravesándonos la garganta, formándonos un nudo, cortándonos la respiración y posándose en el corazón. Ya es tarde para resistirse a algo como esto. Ahora es como un manto de seda que nos envuelve, que nos pone los pelos de punta con el primer roce.  He ido saltando entre las cuerdas de un violín, un violín que lloraba. Me he escondido de los golpes de un tambor y he esperado al sonido de una flauta para salir, desperezarme y seguir flotando entre las notas de un lugar que desconozco. Un lugar en el que me quedaría para siempre.  Ya es tarde para no dejarse llevar. Ya estoy dentro, en algún lugar que no existe en ninguna parte. Dejarse llevar. Es una fuerza superior a mí y a todo, una fuerza que eleva cada una de las cosas que siento a un nivel aún más alto. Esto es magia, es incomparable a nada. Cómo pasar de la plenitud a la agonía, a la tristeza más absoluta. Solo ella lo consigue, sólo ella nos traslada a cualquier parte, a cualquier época. Solo ella nos hace sentir de esta manera cosas que tal vez nunca vivamos por nuestra cuenta. 




lunes, 23 de septiembre de 2013

Es muy fácil ser malos

“Es la peor clase de crueldad, la de los que no piensan. Uno no puede contra ella.”
Lucy Montgomery

Vivimos en la era de la comunicación. La tecnología avanza a pasos agigantados y, a pesar de eso, a veces me parece que, a medida que eso ocurre nosotros nos vamos volviendo más estúpidos. Las redes sociales absorben nuestras vidas y consumen nuestro tiempo: Facebook, Twitter, Instagram, Tumblr  y un sinfín de espacios para dar pie al egocentrismo humano. Pero esa no es la cuestión que persigo.

La cuestión es…

Hace ya varios años he ido observando vagamente el comportamiento de la gente en las redes sociales o, en general, en cualquier foro de Internet  Hay algo en concreto que me cabrea y, hasta cierto punto, me asusta. La crueldad. Internet nos ha dado grandes facilidades: nos comunicamos de forma rápida y directa, podemos compartir vídeos  fotos y cualquier cosa en cualquier momento y desde cualquier lugar. Internet, como ya he dicho, es algo sencillo. Pero también nos ha puesto fácil herir, hacer daño sin ningún tipo de reparo. Total… es anónimo. Total… tengo libertad de expresión absoluta.

Un caso muy dilatado en el tiempo ha sido el de Justin Bieber. El cantante adolescente al que muchas aman y al que otros muchos insultan de forma constante por la red. No me considero nada fan de este chico, y me consta que ha tenido comportamientos como para darle una lección. Sin embargo, tampoco creo que merezca ser crucificado cada día en las redes. Me imagino que muchas de las personas que lo odian, tendrán algún motivo para hacerlo. Aunque también me jugaría un brazo a que otras muchas lo único que han hecho ha sido dejarse llevar. Como todos lo odian, por qué iba yo a ser diferente. 

Otro caso que me pareció curioso fue el que tuvo lugar hace poco menos de un año, cuando por error, Paula Vázquez mostró su número de móvil en Twitter. Inmediatamente, miles de fans se abalanzaron a por sus móviles para acosar – literalmente, en mi opinión- a la cantante. Todos la llamaban, le hablaban por el Whatsapp, le dejaban mensajes. En aquel momento me pregunté dónde quedaban la decencia, el respeto de todas aquellas personas. Supuse que se los habían olvidado en la parte del cerebro que ya no les funciona.  Además de eso, la gente no paraba de reírse de ella por toda red social existente. “Qué estúpida era Paula…cómo va a dejar ver su teléfono. Ahora jódete y cógeme el teléfono”. Resulta que ahora nadie comete errores, todos somos perfectos desde que tenemos Twitter.


Y como ellos, cientos. Cada día. ¿Nos hemos olvidado de los valores? Vivimos en la sociedad de la información, de la comunicación. Podemos ser críticos, debemos serlo, pero eso no implica arrasar con todo sin importar las consecuencias. Hoy puede que esto no te importe en absoluto, pero mañana puedes ser tú el que esté detrás sufriendo el latigazo de la “libertad de expresión” gracias a la que hoy te ríes tanto. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Que todo acabe bien para que empiece algo mejor

Empieza el curso y, con él, las expectativas han ido aumentando hasta posarse en la cima. Es el momento de las promesas que llegarán a ser realidades o mentiras. Unos prometen no faltar a ninguna clase, otros prometen llevarlo todo al día. Otros, en cambio, nos prometemos a nosotros mismos no hacernos promesas porque ya son muchos años de decepciones. Muchos años de dejarlo todo para el último día, de culparnos por no haber dado el cien por cien en los trabajos y exámenes.
        
   Muchos –la gran mayoría- tenemos esa presión externa que nos atornilla el cerebro. Esa presión que nos llega desde el Ministerio, desde nuestros padres, desde nuestras desinfladas y anémicas cuentas bancarias. La misma razón que nos lleva a todos a padecer la clásica crisis a principio, en mitad y al final del curso, cuando nos damos cuenta de que las cosas están yendo demasiado rápido y que ya no hay forma de remediar todo aquello que hicimos mal y que nos lleva inequívocamente al desastre. La eterna crisis. La eterna palabra a la que, desgraciadamente, nos hemos acabado acostumbrando. Esa que nos ha tomado como rehenes truncando nuestras esperanzas de salir de esto como soñábamos al principio. Sueños tímidos que ya nos causan hasta risa de lo imposibles que parecen. Pero, a pesar de todo eso, aún nos permitimos algunos momentos de pasión por lo que hacemos, por lo que estudiamos. Ciertos momentos en los que pensamos que no todo puede estar perdido, que cuando salgamos de aquí habrá un sitio para nosotros, donde nos sintamos realizados, donde no nos exploten ni se aprovechen de nosotros. Pero eso, como ya he dicho, no son más que algunos breves viajes ilusorios, los únicos que por ahora podemos pagar.
         
   Empieza el curso, sí. Y con él volvemos a la rutina, a la gente de siempre, a la que nos cae bien, mal y peor. A la que solo vemos en las noches de bares. Gente a la que vemos menos de lo que nos gustaría. Vuelven esas noches de viento y frío en la biblioteca. Las incómodas sillas de la facultad, el olor a frito de la cafetería, el césped del campus. Algunos tal vez se enamoren este año. Otros empezaremos a ir diciendo adiós al lugar que nos ha visto emprender el camino hacia la vida adulta.
   
   Envidio a aquellos que están empezando ahora la etapa universitaria. Si hubiera sabido que iba a pasarse tan rápido, la habría disfrutado el doble. Al final solo importa lo bueno que sacas de esto. No importan las presiones, no importa el dinero. Solo importa que disfrutes, que experimentes, que conozcas a los que acabarás llamando amigos. Para este nuevo curso solo propongo una promesa: no esperar nada, pero darlo todo por conseguir lo que buscamos. 

miércoles, 29 de mayo de 2013

Luchar

¡Qué difícil!

Hace tiempo he dedicado mis horas libres - prácticamente todas - a pensar, a meditar acerca del funcionamiento de nuestra sociedad. Hay una cosa concreta que no solo me disgusta, sino que me toca de lleno. Y no sólo a mí. Estoy segura de que cientos de miles de jóvenes de toda España estarán sintiéndose  igual que yo, justo ahora mismo. ¿Por qué nos empeñamos en ser lo que estudiamos? Ciencias, letras. ¿Por qué el ser humano es tan cuadriculado? 

   Cuando estamos en bachillerato, es decir, con 16 años, empezamos a buscar "salidas", a revolver entre nuestras aficiones y gustos todo aquello que pueda llevarnos a convertirnos en profesionales. A los 17 empezamos a sentir la presión, todo el mundo nos dice: " ¿todavía no te has decidido? Se te acaba el tiempo" ¿Que se me acaba el tiempo? En ese momento ni siquiera te paras a pensarlo, pero dentro de unos años es posible que te odies a tí mismo o a quien te impulsó a hacer lo que hoy te hace sentirte perdido y sin ninguna idea de qué hacer para reinventarte. 

   Al final, eliges. Periodismo, Enfermería, Arquitectura. ¡Está hecho! Todo el mundo empieza a marcarte. Ya no eres "Fulanito, hijo de Lucrecia". No. Ahora eres "periodista", "de letras", "de ciencias", "enfermero". Formas parte de un grupo. Tú mismo te encasillarás y no te verás formando parte de algo diferente a lo que te ha marcado la sociedad. Empiezas a hacer la carrera y..."bueno, no parece estar tan mal". Con el paso del tiempo verás cosas buenas y malas, hasta que al final, estás aburrido. No sientes auténtica pasión por lo que estudias, por lo que haces. Ves como otros de tus compañeros no solo van a clase, sino que dedican su tiempo libre a hacerse un hueco en el mundo laboral al que deberás pertenecer en el futuro. ¡El futuro! Se te presenta alarmante. Empiezas a sentir pánico. No quieres formar parte de algo con lo que no te identificas.

   Y es entonces. Entonces es cuando desearías volver atrás y darle una patada a tu yo de 17 años. Aquel que decidió que lo mejor para ti era ser periodista. Alguien que forma parte de un mundo en el que, o manipulas, o mientes, o te arriesgas sin ganar demasiado o nada. Alguien que, en el fondo, ya sabías que no querías ser. Así que miras -o lo intentas- en tu interior, buscas aquello que aún logra emocionarte, motivarte. Te das cuenta de que tal vez no quieras escribir para un periódico, a lo mejor quieres construir edificios, o hacer cine o abrir un negocio. Al principio te lo negarás a ti mismo. Dirás "yo soy de letras, estudié historia en lugar de matemáticas". Pero al final te convences, "tú vales para lo que sea". Sea como sea, es posible que cuando cuentes a alguien que quieres cambiar de rumbo, romper con todo y hacer algo totalmente diferente lo primero que recibas en tu cara sea una carcajada. Esa carcajada... Ese "deja de ser tan pasional" que te sienta como si te dieran una patada en el pecho y te dejara sin respiración durante un par de minutos.  

   Muchos creen en la idílica idea de que el destino existe. No. El destino lo escribes tú. Tú eliges. Sé lo que tú quieras ser y no lo que otros esperan que seas. Lucha. Es una palabra cuyo significado pesa, porque requiere de tiempo, de esfuerzo y, sobre todo, porque significa que vas a tener que apagar el volumen de todas aquellas voces que te dirán que estás loco, que dejes de soñar, o que no hay dinero para "malgastar". Tu futuro no se mide en billetes. ¡Joder! Deja de pensar, deja de calcularlo todo y ¡hazlo! Lucha por hacer lo que sabes que te hará feliz y que no te hará sentir como un fracasado nunca más. Haz que cada fracaso sea un paso más hacia tu triunfo.