"Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para quien tiene corazón" - Gabriel García Márquez
Volver la vista atrás, eso que siempre dicen que no hagamos, eso que a veces me llena el corazón tanto que
me estalla. Me pasa que, a veces, escucho una melodía que me transporta, en
tiempo y espacio, hasta el lugar donde un día reí junto a una amiga. Otras, es un
olor que me lleva flotando hasta la cocina donde mi abuela preparaba unas
albóndigas, una tortilla de papas, o hasta unos bocadillos calientes envueltos
en platina en el caldero.
No puedo evitarlo,
de verdad. Irme volando con la mente hasta el pueblo donde crecí, y quedarme
sentada en las escaleras de la plaza, simplemente escuchando la brisa mecer las
ramas del árbol que protege las viejas campanas. Creo que una vez hasta volví a
recorrer en bicicleta El Calvario y fui a buscar el pan con la talega de mi
abuela. Tan feliz y sonriente. A veces, el viento me habla –como a Pocahontas-
y me trae una imagen: me vi caminando de la mano de mi padre por la calle
principal hacia los cochitos. Íbamos a
montarnos, después de mucho insistirle, en el temido Master. Y entonces allí,
lejos de aquel preciso lugar, pude sentirme como aquella niña emocionada y
temerosa. Cuando el viento dejó de
hablar, yo aún sonreía.
Algunos días, lo
reconozco, fuerzo el tren de los recuerdos y me voy de viaje por un rato. Busco
en ellos el calor que aquí no tengo. Y mi cuerpo va conmigo, la arena bajo mis
pies, la sal del mar impregnando mi cuerpo. Esa sensación de tranquilidad que
da estar en casa. ¡Una de churros por la mañana! Mi madre regando el jardín,
criando gatos callejeros. Y yo volviendo a sonreír. Y un poquito de vino y unas
aceitunas. Qué bien sabe la noche, sentada en la terraza, mirando el mar a lo
lejos. Ahí está él siempre, iluminado por la luna. Y las estrellas a su lado,
custodiando su belleza.
Cuántos amigos han pasado, cuántos se han marchado
y a cuántos habré echado yo. Y aún así no me arrepiento, por todo lo que me han
dado. Hoy he vuelto a nadar y salí a la superficie. Qué sorpresa la mía cuando
di con Santa Cruz. Luego subí hasta La Laguna y recorrí sus calles. Me encontré
paseando, con cuatro años menos y unos cuantos amigos. Volví a la universidad, en
la que aprendí a querer. A querer ser alguien, a querer a alguien que quería
quererme también. Al final pasé por mi última casa, miré hacia la ventana y nos
vi reír. También nos vi llorar y reír a la vez. No era tan raro. Nos vi felices
por habernos encontrado en esta vida.
¡Y qué bonita es la lluvia, cuando cae de vez en cuando!
¡Y qué bonita es la vida, si la vives recordando!