"Todos llevamos nuestra posible perdición pegada a los talones"
- Rosa Montero
Dar los mismos pasos que ayer. Hacer
el mismo camino cada mañana para ir al trabajo, la misma hora para hacer el
descanso. Ir corriendo a coger el tren que se te escapa, minutos perdidos,
horas que sientes atropelladas. Esperas el momento de llegar a casa y tumbarte
en la cama, el único lugar donde puedes pulsar el botón de pause. Pero no hay pausa en este juego. Y es ahí
cuando te das cuenta de que estás esperando a que empiece tu vida. Mientras caminas
te ves a ti mismo sentado, viendo salir el sol, caer las hojas, la lluvia. Ves morir
cada estación al mismo tiempo que las ilusiones por las que nunca luchaste lo
suficiente. Solo te sientes idiota por algo que no sabes explicar. Buscas excusas
para llorar, excusas para reír. Excusas para no vivir esa vida que soñabas,
porque crees que era cosa de otro hacerla real. “Esta es mi realidad”, te dices
a ti mismo, como resignándote ante la losa que tú mismo te has puesto encima. Tu
realidad no es más que tu propia cobardía. Cobarde por no querer entender lo
que sientes, por no hacer lo que deseas. Te niegas a emplear tu tiempo en las
cosas que te hacen feliz, porque todas ellas requieren cierto riesgo. Y ya lo
has dejado claro, no quieres asumir los riesgos, quieres quedarte sentado
mirando cómo todo pasa, como si nada pasara en ti. Porque me importas, te doy
un consejo que aprendí hace tiempo: deja los errores del pasado, deja de echar
de menos quién fuiste, deja de castigarte por no ser quién quisiste. Simplemente
sigue adelante, recuérdate a ti mismo quién eres y oblígate a tomar decisiones.
Recuerda que toda decisión tiene un riesgo, pero créeme, la mayoría de las
veces merece la pena correrlo.