“Es la peor clase de
crueldad, la de los que no piensan. Uno no puede contra ella.”
Lucy Montgomery
Vivimos
en la era de la comunicación. La tecnología avanza a pasos agigantados y, a
pesar de eso, a veces me parece que, a medida que eso ocurre nosotros nos vamos
volviendo más estúpidos. Las redes sociales absorben nuestras vidas y consumen
nuestro tiempo: Facebook, Twitter, Instagram,
Tumblr y un sinfín de espacios para
dar pie al egocentrismo humano. Pero esa no es la cuestión que persigo.
La
cuestión es…
Hace ya varios años he ido observando
vagamente el comportamiento de la gente en las redes sociales o, en general, en
cualquier foro de Internet Hay algo en concreto que me cabrea y, hasta cierto
punto, me asusta. La crueldad. Internet nos ha dado grandes facilidades: nos
comunicamos de forma rápida y directa, podemos compartir vídeos fotos y cualquier
cosa en cualquier momento y desde cualquier lugar. Internet, como ya he dicho,
es algo sencillo. Pero también nos ha puesto fácil herir, hacer daño sin ningún
tipo de reparo. Total… es anónimo. Total… tengo libertad de expresión absoluta.
Un caso muy dilatado en el tiempo ha
sido el de Justin Bieber. El cantante adolescente al que muchas aman y al que
otros muchos insultan de forma constante por la red. No me considero nada fan
de este chico, y me consta que ha tenido comportamientos como para darle una
lección. Sin embargo, tampoco creo que merezca ser crucificado cada día en las
redes. Me imagino que muchas de las personas que lo odian, tendrán algún motivo
para hacerlo. Aunque también me jugaría un brazo a que otras muchas lo único
que han hecho ha sido dejarse llevar. Como todos lo odian, por qué iba yo a ser
diferente.
Otro caso que me pareció curioso fue
el que tuvo lugar hace poco menos de un año, cuando por error, Paula Vázquez mostró su número de móvil en Twitter.
Inmediatamente, miles de fans se abalanzaron a por sus móviles para acosar –
literalmente, en mi opinión- a la cantante. Todos la llamaban, le hablaban por
el Whatsapp, le dejaban mensajes. En aquel
momento me pregunté dónde quedaban la decencia, el respeto de todas aquellas
personas. Supuse que se los habían olvidado en la parte del cerebro que ya no
les funciona. Además de eso, la gente no
paraba de reírse de ella por toda red social existente. “Qué estúpida era Paula…cómo
va a dejar ver su teléfono. Ahora jódete y cógeme el teléfono”. Resulta que
ahora nadie comete errores, todos somos perfectos desde que tenemos Twitter.
Y como ellos, cientos. Cada día. ¿Nos
hemos olvidado de los valores? Vivimos en la sociedad de la información, de la
comunicación. Podemos ser críticos, debemos serlo, pero eso no implica arrasar
con todo sin importar las consecuencias. Hoy puede que esto no te importe en
absoluto, pero mañana puedes ser tú el que esté detrás sufriendo el latigazo de
la “libertad de expresión” gracias a la que hoy te ríes tanto.