lunes, 23 de septiembre de 2013

Es muy fácil ser malos

“Es la peor clase de crueldad, la de los que no piensan. Uno no puede contra ella.”
Lucy Montgomery

Vivimos en la era de la comunicación. La tecnología avanza a pasos agigantados y, a pesar de eso, a veces me parece que, a medida que eso ocurre nosotros nos vamos volviendo más estúpidos. Las redes sociales absorben nuestras vidas y consumen nuestro tiempo: Facebook, Twitter, Instagram, Tumblr  y un sinfín de espacios para dar pie al egocentrismo humano. Pero esa no es la cuestión que persigo.

La cuestión es…

Hace ya varios años he ido observando vagamente el comportamiento de la gente en las redes sociales o, en general, en cualquier foro de Internet  Hay algo en concreto que me cabrea y, hasta cierto punto, me asusta. La crueldad. Internet nos ha dado grandes facilidades: nos comunicamos de forma rápida y directa, podemos compartir vídeos  fotos y cualquier cosa en cualquier momento y desde cualquier lugar. Internet, como ya he dicho, es algo sencillo. Pero también nos ha puesto fácil herir, hacer daño sin ningún tipo de reparo. Total… es anónimo. Total… tengo libertad de expresión absoluta.

Un caso muy dilatado en el tiempo ha sido el de Justin Bieber. El cantante adolescente al que muchas aman y al que otros muchos insultan de forma constante por la red. No me considero nada fan de este chico, y me consta que ha tenido comportamientos como para darle una lección. Sin embargo, tampoco creo que merezca ser crucificado cada día en las redes. Me imagino que muchas de las personas que lo odian, tendrán algún motivo para hacerlo. Aunque también me jugaría un brazo a que otras muchas lo único que han hecho ha sido dejarse llevar. Como todos lo odian, por qué iba yo a ser diferente. 

Otro caso que me pareció curioso fue el que tuvo lugar hace poco menos de un año, cuando por error, Paula Vázquez mostró su número de móvil en Twitter. Inmediatamente, miles de fans se abalanzaron a por sus móviles para acosar – literalmente, en mi opinión- a la cantante. Todos la llamaban, le hablaban por el Whatsapp, le dejaban mensajes. En aquel momento me pregunté dónde quedaban la decencia, el respeto de todas aquellas personas. Supuse que se los habían olvidado en la parte del cerebro que ya no les funciona.  Además de eso, la gente no paraba de reírse de ella por toda red social existente. “Qué estúpida era Paula…cómo va a dejar ver su teléfono. Ahora jódete y cógeme el teléfono”. Resulta que ahora nadie comete errores, todos somos perfectos desde que tenemos Twitter.


Y como ellos, cientos. Cada día. ¿Nos hemos olvidado de los valores? Vivimos en la sociedad de la información, de la comunicación. Podemos ser críticos, debemos serlo, pero eso no implica arrasar con todo sin importar las consecuencias. Hoy puede que esto no te importe en absoluto, pero mañana puedes ser tú el que esté detrás sufriendo el latigazo de la “libertad de expresión” gracias a la que hoy te ríes tanto. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Que todo acabe bien para que empiece algo mejor

Empieza el curso y, con él, las expectativas han ido aumentando hasta posarse en la cima. Es el momento de las promesas que llegarán a ser realidades o mentiras. Unos prometen no faltar a ninguna clase, otros prometen llevarlo todo al día. Otros, en cambio, nos prometemos a nosotros mismos no hacernos promesas porque ya son muchos años de decepciones. Muchos años de dejarlo todo para el último día, de culparnos por no haber dado el cien por cien en los trabajos y exámenes.
        
   Muchos –la gran mayoría- tenemos esa presión externa que nos atornilla el cerebro. Esa presión que nos llega desde el Ministerio, desde nuestros padres, desde nuestras desinfladas y anémicas cuentas bancarias. La misma razón que nos lleva a todos a padecer la clásica crisis a principio, en mitad y al final del curso, cuando nos damos cuenta de que las cosas están yendo demasiado rápido y que ya no hay forma de remediar todo aquello que hicimos mal y que nos lleva inequívocamente al desastre. La eterna crisis. La eterna palabra a la que, desgraciadamente, nos hemos acabado acostumbrando. Esa que nos ha tomado como rehenes truncando nuestras esperanzas de salir de esto como soñábamos al principio. Sueños tímidos que ya nos causan hasta risa de lo imposibles que parecen. Pero, a pesar de todo eso, aún nos permitimos algunos momentos de pasión por lo que hacemos, por lo que estudiamos. Ciertos momentos en los que pensamos que no todo puede estar perdido, que cuando salgamos de aquí habrá un sitio para nosotros, donde nos sintamos realizados, donde no nos exploten ni se aprovechen de nosotros. Pero eso, como ya he dicho, no son más que algunos breves viajes ilusorios, los únicos que por ahora podemos pagar.
         
   Empieza el curso, sí. Y con él volvemos a la rutina, a la gente de siempre, a la que nos cae bien, mal y peor. A la que solo vemos en las noches de bares. Gente a la que vemos menos de lo que nos gustaría. Vuelven esas noches de viento y frío en la biblioteca. Las incómodas sillas de la facultad, el olor a frito de la cafetería, el césped del campus. Algunos tal vez se enamoren este año. Otros empezaremos a ir diciendo adiós al lugar que nos ha visto emprender el camino hacia la vida adulta.
   
   Envidio a aquellos que están empezando ahora la etapa universitaria. Si hubiera sabido que iba a pasarse tan rápido, la habría disfrutado el doble. Al final solo importa lo bueno que sacas de esto. No importan las presiones, no importa el dinero. Solo importa que disfrutes, que experimentes, que conozcas a los que acabarás llamando amigos. Para este nuevo curso solo propongo una promesa: no esperar nada, pero darlo todo por conseguir lo que buscamos.